Guerras, migraciones, represiones y revueltas son parte de la historia y también de la literatura latinoamericana hace añares. Sudamérica está sembrada de conflictos y tensiones políticas y culturales que han dejado huellas, y esas huellas pueden ser narradas, al igual que los desamores, los malos vínculos familiares, los temores u otros espacios de dolor. Nos preguntamos: ¿Por qué no habríamos de hacerlo? ¿O por qué lo haríamos sólo para ciertas edades?

Más allá de la edad de lxs lectorxs, las voces infantiles que cuentan historias de gobiernos opresores, de muertes o de violencias, resuenan. Podemos imaginar que la relación entre autoridades y resistencias posibles no están tan lejos de ninguna mesa familiar, ni institución, ni esquina del barrio. Es muy difícil, aunque habiten este mundo con inocencia, que las injusticias y malestares sociales les resulten algo totalmente ajeno. Y si es así —y esto es una postura radicalmente personal—, no deberíamos anhelar la indiferencia ni la ajenidad ante los hechos que sentimos que portan relevancia histórica.

Sin ir más lejos, Graciela Montes pudo, luego de un silencio general y atroz, intentar contar la dictadura en “El Golpe y los chicos”. Siendo ya reconocida por habitar el ámbito de la ternura y la imaginación, llevó lo inenarrable a un libro con bastante literalidad. Podemos considerar que no es el libro más feliz, ni el más colorido, ni el más divertido de Graciela. Por ahí tampoco sea el libro que queremos tener en la mesa de luz para leer todos los días. Pero está claro que es una acción muy concreta de nutrir la memoria colectiva que hay que agradecerle hoy y siempre. De su prólogo quiero rescatar dos frases que me marcaron y a las que adhiero:

“Algunas personas piensan que de las cosas malas y tristes es mejor olvidarse. Otras personas creemos que recordar es bueno; que hay cosas malas y tristes que no van a volver a suceder precisamente por eso, porque nos acordamos de ellas, porque no las echamos fuera de nuestra memoria”.
 
“No es una historia fácil de contar justamente por eso, porque nosotros mismos fuimos protagonistas, porque lo que pasó nos pasó a nosotros y no a otras personas, porque son cosas que vimos con nuestros ojos, que vivimos en nuestro cuerpo”.

La ficción, en mi caso en “Esa tal crisis”, tomó forma de hecho histórico en el 2001. Es mi huella personal de una sociedad que me dejó un ruido que pudo transformarse en personajes, espacios e historias. Supongo que el motor es que concibo que esa herida social, como tantas otras, no está saldada. Y que no hay ningún gran bonete que tenga algunas de las respuestas frente a “las crisis” que atravesó y atraviesa nuestro continente.

Creo que porque toca fibras sensibles no es para nada ordenado el relato del libro. Se mezcla el recuerdo del Pocho Lepratti, con el nombre de mi compañero de cooperativa al que le decimos Pocho y sabe mucho de esa época, con el imaginario piquetero, con las imágenes de las muertes de Kosteki y Santillán en el Puente Pueyrredón en 2002, con las historias de lxs niñxs de un centro comunitario donde di talleres.

Son flashes que pueden aparecer o no cuando alguien se sienta y surge escribir un cuentito literario. Pero resulta que cuando hilamos en papel y con imágenes, en la edición sobre todo, más de una sensibilidad sobre esos flashes, apareció otra forma posible de contar una parte de nuestra historia. No es la única forma ni la mejor, tan solo otra forma de amasar un relato sobre lo que fue una gran rebelión, una puesta en cuestión del orden y, al mismo tiempo, una masacre de represión y de hambre.

Con todo esto, nos preguntamos una y otra vez. “¿Qué puede hacer entonces la ficción con respecto a los momentos históricos que han causado impacto en nosotres?”. Supongo que muchas cosas, pero una posibilidad es que la ficción puede intentar entrar, carente de certezas, a decir lo que aún no sabemos de esos momentos, a imaginar espacios que no fueron mediatizados, a nuestros puntos ciegos. La ficción puede usar nuestra lengua compartida como herramienta para construir un no-saber que nos lleve a cierta reflexividad sobre nosotrxs mismxs y nuestros accionares en los momentos que vendrán.

Por Lucía Aita

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